Fue el ombligo del mundo, la imagen fascinante del dadaísmo.
Seductora, inconstante, caprichosa, vivía el presente sin mirar ni atrás ni adelante.
Amó, sufrió, pintó, cantó y vivió como le dio la gana.
Kikí fue la guinda de una tropa multinacional que compró la inmortalidad a precio de miseria, mal bebieron con arte y los hubieron que alcanzaron la gloria.
Paris era una fiesta en los cafés, los bistrots y los night-clubs: La Rotonde, Le Dôme, The Jockey o La Coupole la topografía de la bohemia.
Kiki cantaba allí sus letras atrevidas y mordaces.
Posó para Man Ray y Calder, para Fujita, para Modigliani, para Kisling, para Soutine o Chagall.
Cada uno de los artistas captó una parte de su singularidad y se convirtió en la musa y reina fatal de Montparnasse.
Posó para Man Ray y Calder, para Fujita, para Modigliani, para Kisling, para Soutine o Chagall.
Cada uno de los artistas captó una parte de su singularidad y se convirtió en la musa y reina fatal de Montparnasse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario