martes, 5 de julio de 2011

Kikí por Man Ray



Fue el ombligo del mundo, la imagen fascinante del dadaísmo.
Seductora, inconstante, caprichosa, vivía el presente sin mirar ni atrás ni adelante.
Amó, sufrió, pintó, cantó y vivió como le dio la gana.
 
Kikí fue la guinda de una tropa multinacional que compró la inmortalidad a precio de miseria, mal bebieron con arte y los hubieron que alcanzaron la gloria.






Paris era una fiesta en los cafés, los bistrots y los night-clubs:  La Rotonde, Le Dôme, The Jockey o La Coupole  la topografía de la bohemia.

Kiki cantaba allí sus letras atrevidas y mordaces. 
Posó para Man Ray y Calder,  para Fujita, para Modigliani,  para Kisling,  para Soutine o Chagall. 
Cada uno de los artistas  captó una parte de su singularidad y se convirtió en la musa y reina fatal de Montparnasse.

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