jueves, 3 de noviembre de 2011

En el jardín de la Woolf

Mesa de escribir de Virginia Woolf con jardín de fondo fotografiado por Giselle Freund


Sea como sea, esté como esté, invierno o tórrido verano, siempre vuelvo a la Woolf, pero no voy a escribir del cuarto propio como se espera de mí.
No me gusta toda la Woolf, me gusta la Woolf de Orlando, de las cartas de amor a Vita, la de los cuentos cortos como dardos, que empiezan con lo aparente y acaban en vitriolo.
La Woolf que más me gusta es la de los diarios, sigo el curso atávico de su pensamiento enfermizo, el itinerario retorcido de su torrente mental, los miedos cotidianos, que me compro, que me pongo, como me miran, a veces leo a la Woolf y me leo a mí misma, pienso, eso lo he escrito yo en un cuaderno de tapa dura, de los que guardo al fondo del armario y no sé si tirar o no, p
La Woolf de los diarios es el otro lado de ese espejo, la que no se deja ver, retorcida, insegura, al borde del delirio, enferma de si misma, criticona, llena de fuerza arrolladora o arrollada por su propia fuerza, solitaria y tenaz lectora de fondo, con el runrún que roe y roe el fluir de su mente, un monólogo interno interminable de su ojo crítico, observadora aguda, siempre con la francotiradora, apuntándose a sí misma, con pulso preciso, dispuesta a pegarse un tiro en la neurona y caer rodando una vez más por el barranco, al borde de descarrilar de energía centrífuga o muerta de agotamiento de vivir cada día.
Que bárbaro, escribo esto de la Woolf y parece que estoy escribiendo de mí misma.
Ya sé que no se lleva nada este delirio pequeño burgués de señorita desocupada, leer victorianas en apuros, profeministas de salón, por eso me lo callo y  me lo guardo como un vicio solitario.
Me digo eso no se dice, eso no se hace, ese tema no se toca…pero en mi montón de al lado de la cama siempre están los dos volúmenes y  se abran por donde se abran, voy y me zambullo, directamente al otro lado de mi espejo, o era el suyo?

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