Maeve Brennan.
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Susana Koska rescata a una de las escritoras que mejor retrató
personajes y rincones de una Nueva York mítica.
La primera vez que oí hablar de Maeve Brennan fue hace muchos años, en una comunicación de un congreso que hizo Isabel Nuñez
sobre “Escritoras en el olvido”. Busqué sobre ella y descubrí que era
de una belleza deslumbrante, moño alto, rostro aniñado de tristeza
infinita, cigarrillo en ristre.
Se dice en su biografía que fue la imagen sobre la que Truman Capote escribió su Holly del Desayuno con Diamantes.
Claro que Capote la dejó monda y lironda del intelecto y el talento que
destilaba Maeve en sus crónicas y cuentos. Se dice de ella que fue
quien recogió la tiara de Reina Bífida del Algonquin y su mesa redonda cuando Dorothy Parker
cerró su malvada boca lapidaria. Que su exquisita figura y su fina
ironía fueron el aliento y alimento de quienes se sentaban a su lado.
Como no sé inglés más que para mal manejarme por las calles, no he
tenido el gusto de leerla hasta ahora que editorial Alfabia ha editado
sus Crónicas de New York. Más nos vale tarde que nunca.
Las crónicas que escribió Maeve “la dama del largo aliento” son un
mapamundi de la ciudad de New York, para placer de las mironas. Maeve es
una escrutadora de las gentes y las tiendas de zapatos, los
restaurantes y sus comensales, las librerías, sus libros y sus clientes,
los bares y sus bebedores solitarios. Vecinos que pasean a sus perros,
saxofonistas melancólicos que tocan blues en la azotea al amanecer. Los
rebaños que pululan por el redil de Broadway pisándose los unos a los
otros cuando se encienden las luces de la fantasía teatral. Gentes que
pasan por la calle Cuarenta y siete en busca de un escaparate donde, al
menos, soñar despierta. Pequeñas cosas, vidas anónimas, casas de
huéspedes y muchas ventanas. Apostada en una mesa de un café con su
mirada de francotiradora, hace fotos, instantáneas evocadoras de una
vida pasada, un New York cinematográfico.
Maeve acabó deambulando eternamente perdida por las calles de la
ciudad. Al final de sus días se alojada en los lavabos del New Yorker
cuando el diario para el que escribió prescindió de sus servicios. El
alcohol empezaba a notársele y asomaron sus problemas mentales.
Es posible que el New York de Maeve ya no exista, lo intuyo porque no
habla de turistas de todo pelaje y condición cámara al hombro, sino de
ciudadanos, gentes buscando su lugar en el mundo. Leerlas es una
delicia, de una pureza exquisita y una finura radiante, como un sol de
primavera. Su tiempo ya pasó, ese tiempo en que deambular por las calles
sin rumbo fijo, no era signo sospechosos de pobreza, ausencia de
papeles o terrorismo.
(Puedes leer un adelanto aquí, en Prueba con esto)
CRÓNICAS DE NUEVA YORK. Maeve Brennan
Editorial ALFABIA
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